Los productos orgánicos, han sido considerados durante mucho tiempo un lujo. Sin embargo, se está demostrando que es posible producirlos de forma masiva para obtener precios cada vez más accesibles y así llegar a más consumidores en busca de una mejor calidad de alimentación y de un mayor respeto por la ecología.
Desde los comienzos de la agricultura industrial, los productores han tratado de reducir costos, de minimizar la superficie explotada y aumentar el rendimiento por hectárea, pero ¿a qué costo?, al costo de emplear una cantidad cada vez mayor de productos químicos para abonar las extenuadas tierras, acelerar el crecimiento de vegetales, cereales y apurar la cosecha.
La crianza de animales de granja ha seguido un proceso de industrialización similar. Los compuestos que se elaboran para su alimentación están fabricados, en sus variedades más económicas, con hormonas que apresuran el engorde para llegar más rápido al mercado. Estas hormonas quedan en altas concentraciones de manera residual en la carne que luego servimos en nuestra mesa, se sospecha que pueden ser causantes de gran cantidad de enfermedades. Sin embargo no podemos dejar de consumir estos alimentos esenciales en una dieta sana y equilibrada.
La buena noticia es que, cada vez más, pequeños y medianos productores están optando por prácticas orgánicas para la obtención de vegetales y la crianza de animales de granja, dejando de emplear sustancias artificiales e inorgánicas como abonos fosforados u hormonas. Los productos orgánicos superan ampliamente a los industrializados en calidad, en los alimentos que no han recibido sustancias artificiales e inorgánicas, gusto, aroma, textura y hasta color son notablemente distintos porque conservan sus cualidades naturales.
Por otro lado, las prácticas orgánicas se integran al cuidado de la ecología y medio ambiente. Los animales son alimentados primeramente con especies vegetales en estado “puro” como pasto, semillas, y forraje, a diferencia de los animales industrializados que ingieren compuestos elaborados o alimentos balanceados a los que se les han añadido antibióticos y hormonas que persiguen el aumento de peso de los animales para la faena. La diferencia entre ambos tipos de crianza es notable y se ha comprobado que los pollos criados de manera orgánica engordan al mismo ritmo que los industrializados, con la ventaja de que la tasa de enfermedad o epidemias aviares es menor y la calidad del producto final es superior.
Podríamos concluir pensando que, la crianza orgánica de animales es una práctica más benévola porque respeta sus necesidades sin someterlos a regímenes crueles de alimentación intensiva y hacinamiento. Esto se traduce en una carne más limpia de impurezas y sustancias tóxicas que mejora sensiblemente en calidad, reduciendo su índice de grasa, tornándola más sabrosa, apetecible y rica en nutrientes y vitaminas que alcanzan un nivel de concentración mayor.
La alimentación orgánica ya no es un lujo sino una elección de vida más saludable y cuidadosa del planeta.
Desde los comienzos de la agricultura industrial, los productores han tratado de reducir costos, de minimizar la superficie explotada y aumentar el rendimiento por hectárea, pero ¿a qué costo?, al costo de emplear una cantidad cada vez mayor de productos químicos para abonar las extenuadas tierras, acelerar el crecimiento de vegetales, cereales y apurar la cosecha.
La crianza de animales de granja ha seguido un proceso de industrialización similar. Los compuestos que se elaboran para su alimentación están fabricados, en sus variedades más económicas, con hormonas que apresuran el engorde para llegar más rápido al mercado. Estas hormonas quedan en altas concentraciones de manera residual en la carne que luego servimos en nuestra mesa, se sospecha que pueden ser causantes de gran cantidad de enfermedades. Sin embargo no podemos dejar de consumir estos alimentos esenciales en una dieta sana y equilibrada.
La buena noticia es que, cada vez más, pequeños y medianos productores están optando por prácticas orgánicas para la obtención de vegetales y la crianza de animales de granja, dejando de emplear sustancias artificiales e inorgánicas como abonos fosforados u hormonas. Los productos orgánicos superan ampliamente a los industrializados en calidad, en los alimentos que no han recibido sustancias artificiales e inorgánicas, gusto, aroma, textura y hasta color son notablemente distintos porque conservan sus cualidades naturales.
Por otro lado, las prácticas orgánicas se integran al cuidado de la ecología y medio ambiente. Los animales son alimentados primeramente con especies vegetales en estado “puro” como pasto, semillas, y forraje, a diferencia de los animales industrializados que ingieren compuestos elaborados o alimentos balanceados a los que se les han añadido antibióticos y hormonas que persiguen el aumento de peso de los animales para la faena. La diferencia entre ambos tipos de crianza es notable y se ha comprobado que los pollos criados de manera orgánica engordan al mismo ritmo que los industrializados, con la ventaja de que la tasa de enfermedad o epidemias aviares es menor y la calidad del producto final es superior.
Podríamos concluir pensando que, la crianza orgánica de animales es una práctica más benévola porque respeta sus necesidades sin someterlos a regímenes crueles de alimentación intensiva y hacinamiento. Esto se traduce en una carne más limpia de impurezas y sustancias tóxicas que mejora sensiblemente en calidad, reduciendo su índice de grasa, tornándola más sabrosa, apetecible y rica en nutrientes y vitaminas que alcanzan un nivel de concentración mayor.
La alimentación orgánica ya no es un lujo sino una elección de vida más saludable y cuidadosa del planeta.
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